El arte de crearse a si mismo
Parecería que nada puede torcer el curso de los acontecimientos, que la fatalidad persigue al hombre como una sombra siniestra, implacable y tenaz, ora haciéndole gustar los placeres efímeros del Edén prohibido, ora arrastrándole por las sendas tortuosas del infortunio.
El hombre, se ha dicho, es juguete del destino.
Quien intenta sustraerse al mismo, peligra ser despedazado por el choque de las dos fuerzas en pugna:
La que obedece al imperio del azar y la que se opone al conjuro de la Voluntad personal.
La primera, es esa fuerza natural que a todos asiste y alienta para sobrellevar la vida, pero limitada al cumplimiento de ese destino común de los hombres que viven una existencia vulgar, sin otras miras que las que puedan ofrecer los designios de ese azar al que unas veces se le llama fortuna o felicidad, y otras, miseria o desgracia.
La segunda, es la que el hombre mismo crea para combatir la adversidad, vencerla y dominar ese azar, forjando con empeño fecundo su nuevo destino.
Pero, ¿en base a qué conocimientos puede el hombre crear una fuerza que sea tan suficiente como para neutralizar y hasta para poner fin a la influencia de la otra, en tanto que al conjuro de su voluntad le puede ser permitido hacer aparecer en el escenario de su existencia los más variados y valiosos recursos que le ayuden a encarar la vida con el acierto y la firmeza de que carecen los demás?
En base a los conocimientos que configuran el arte más exquisito y difícil que existe:
El de crearse a sí mismo.
Supremo y excelso arte que cautivó el pensamiento de tantas generaciones sin que (salvo raras excepciones) se lograra realizarlo en su perfección.
Sueño de tantos hombres que escalaron altas cumbres sin alcanzar aquella que se confunde con el cielo y se identifica con la esencia misma de la Creación.
Arte codiciado por todos los necios y ambiciosos que tuvieron y continúan teniendo la pretensión de conocerlo (la sensatez obra prodigios en la mente de los ilusos), y que se yerguen altaneros frente a la realidad que los condena.
Los genios, que lo fueron por virtud de ese arte, jamás se negaron a enseñarlo a cuantos pidieron el auxilio de su sabiduría.
Pero no es sólo la enseñanza y el aprendizaje teórico lo que faculta al hombre para alcanzar tan elevada finalidad.
Es el trabajo asiduo, la observación aguda y constante y la aplicación práctica del conocimiento, lo que permite el ejercicio consciente del sistema mental, favoreciendo y agilizando los movimientos internos según sean las necesidades lógicas provocadas por las exigencias de la evolución, dirigida ya por quien se haya iniciado en las excelencias de ese arte.
¿Cuáles son los conocimientos que configurar ese arte?
Y ¿qué debe entenderse por:
«Crearse a sí mismo»?
En la bibliografía logosófica existe una vasta información al respecto, pues no es pregunta que pueda satisfacerse con pocas palabras; empero, como es necesario ilustrar de algún modo al lector, diremos que para emprender tarea de tanta trascendencia, el hombre debe por fuerza no ignorar cuanto concierne la su constitución psicológico/mental y además, conocer a fondo el misterio de los pensamientos; misterio que dejará de serlo tan pronto la inteligencia actúe sobre ellos, los domine y los haga servir para los propósitos que animarían su espíritu;
Vale decir, tan pronto se haya capacitado para proceder a un reajuste consciente y efectivo de su vida.
No le será posible al hombre, por más empeño y buena voluntad que ponga, cambiar las perspectivas de su vida y crear dentro de sí mismo una nueva individualidad con características diferentes a las que configuran su naturaleza personal, si no adquiere y utiliza los conocimientos que constituyen toda una especialidad ignorada hasta el presente y que la Logosofía, como fuente de Sabiduría de innegable originalidad, ofrece generosamente a la razón humana.
Se ha dicho que tales conocimientos constituyen toda una especialidad por ser todos ellos de índole o naturaleza diferente a los comunes, y de una diferencia esencial porque comprenden un sistema que aún es desconocido para el mundo de la ciencia, confirmando esto su originalidad.
Si estuviera en el acervo común, ya los habrían empleado.
El caso es que, especializándose en esos conocimientos, se obtienen los más grandes éxitos en la creación de una nueva individualidad, tal como hemos dicho, y se crean también nuevas posibilidades, nuevas satisfacciones, nuevas alegrías y nuevos y positivos valores en el propio individuo.
La Logosofía no enseña al médico los conocimientos de la Medicina que éste ya sabe, ni al abogado los que atañen al Derecho, ni al ingeniero los de la Ingeniería, etc.
Sería un error considerar así la función primordialísima de la Logosofía, que como lo han comprobado y atestiguado muchos, constituye un auxiliar de proyecciones insospechadas, no sólo para los graduados en cualquiera de las ramas de la ciencia oficial, sino para todo hombre, profesional, político, comerciante, industrial o sea cual fuere la actividad que desempeñe, en la que la mente sea, como pensamos debe ser, el gran factor que determina éxitos o los fracasos del ser a quien pertenezca.
Esta ciencia abre pues, al género humano, un nuevo y dilatado campo de experimentación que habilita al hombre para actuar con una eficacia a todas luces asombrosa, valido de un cúmulo de elementos de inestimable valor.
Es que el método logosófico, aplicado con la debida inteligencia y sensatez, produce los más preciados resultados, y el acopio de riquezas en el orden mental aumenta en relación directa a la progresiva capacitación de los que lo utilizan en servicio de su perfeccionamiento y en servicio y mejoramiento de quienes toman contacto con el saber y la experiencia de aquellos que cultivan el arte de superación integral.
Carlos Bernardo González Pecotche
Revista Logosofía ®
Julio 1944
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