Plato de Barro – Mamerto Menapace – Reflexión para el Día del Padre

Plato de barro

Mamerto Menapace

En esto de buscar el humor en cosas de la familia tengo un cuento que me contó una vez una chica de 4º grado.

Me lo trajo en un libro de lectura.

Es conocido, pero se los voy a contar porque es un lindo cuento de familia.

Hombre de campo él, se le murió la señora.

Lo único que le quedó fue un gurisito: el hijito.

Tal vez por cariño a quien se fue, dedicó toda su vida de hombre de campo al chiquito.

Lo mandó a la escuela y cuando terminó la primaria se trasladaron al pueblo para que pudiera hacer la secundaria.

Visto que le muchachito respondía y era inteligente, decidió mandarlo a la facultad a estudiar medicina.

El chiquito rindió realmente.

El padre se desgastó en trabajos de campo, con los animales, con la chacrita, con todo para pagarle al hijo la cuota de la pensión, y el hijo se recibió de médico.

Cuando el muchacho se recibió, el padre dejó el campito.

Vendió todo y le compró, en el pueblo, un lugar para el consultorio.

El padre gastó todo, pensando:

Y bueno, total, mi vida es la de mi hijo.

El muchacho se casó con una chica de la ciudad.

Hija única, acostumbrada a otro ritmo de vida.

Andando el tiempo les nació un hijito.

Pero el abuelo, desgastado, no estaba acostumbrado a la vida de la ciudad.

Imagínense, traigan un abuelo campiriño, así, del campo.

Resultó que le temblaban las manos y al servirse la sopa la desparramaba sobre el mantel.

La muchachita ésta fue juntando- diríamos -, bronca.

Porque le resultaba molesta la figura de este viejo en casa.

Vamos a decirlo finito, para que nadie se ofenda.

La cosa estalló.

El día que al pobre viejo se le cayó un plato.

Uno de los doce platos de porcelana que la abuela de la muchacha había traído de las Europas.

Y ahí sí fue un desastre.

Se puso furiosa y gritó:

¡Pero, esto es el colmo!

Ya no puedo soportarlo más.

Me voy a la casa de mi mamá.

Todo un desastre.

Al final el pobre viejo tuvo que ir a comer a la cocina.

Le compraron una cantidad de platos, de esos platos de barro cocido para que el abuelo, si tuviera que hacer un estropicio, lo hiciera con algo que se pudiera romper fácilmente.

Y se creyó que el asunto estaba arreglado.

Pero el pequeño había hecho buenas migas con el abuelo.

Un día, el chiquito no estaba en casa para la hora de la comida.

Lo buscaron por todas partes.

¿Dónde se habrá metido este mocoso?

Imagínenlo al guricito.

Al final:

¿Saben dónde lo encontraron?

En el fondo del patio, al lado de la canilla y embarrado hasta la coronilla.

Y la mamá le preguntó.

¿Qué estás haciendo acá?

El chiquito le dijo:

Estaba haciendo platos de barro, para que ustedes, cuando sean viejitos, puedan comer también en la cocina con sus platos de barro.

El cuento afortunadamente terminó lindo, porque a partir de ese día el abuelo volvió a comer en la mesa con la familia.

Porque dicen que lo que Juancito ve hacer es lo que va a hacer un día Juan.

El chiquito va a tomar con ustedes, cuando sea grande él y ustedes sean abuelos, las actitudes que él vio que ustedes tomaron con su abuelo.

Digo

¿no?

Para el Día del Padre es una linda reflexión.

Lo digo con un gran cariño para los abuelos, para los padres y para los chicos.

Un día en familia.

En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo, amén.

Menapace Mamerto, Cuento con ustedes, «Plato de barro», Editorial Patria Grande, Buenos Aires, Segunda Edición, agosto 1998.

Publicado por Tito Garabal

 

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