Vivimos a travéz o en contra de los demás

¿Vives a través o en contra de los demás?

El otro día, una señora entró al ascensor, quejándose de la ropa que un hijo  (que no vivía con ella) le daba para que le lavara.

Le dije:

“Es simple, dígale NO”.

Me miró media espantada y me respondió:

“Pero… es lo único que tengo”.

Comprendo esta respuesta de una mujer mayor, que fue criada en la idea de que ella era a través de los otros (primero padres, luego marido, hijos, nietos) y que su vida estaba destinada a un quehacer continuo  orientado a ellos.

El tema es que observo esta conducta más  allá de ciertas generaciones  y de estas premisas.

Cada uno, en su propia esfera, cree que es alguien a partir de otras personas u otras actividades.

Las mujeres, en general, lo hacen por medio de  las relaciones.

Los hombres por el trabajo.

“La mujer que al amor no se asoma no merece llamarse mujer” dice el bolero,  lo que incluye hombre y descendencia.

A pesar de que muchas trabajan a la par del hombre (y hasta ganan más), la mayoría sigue sintiendo así.

Ellos,  a su vez, piensan que  el éxito depende de su status laboral y económico.

Además de esto, los que están en el camino espiritual, en lugar de buscar su propio Maestro Interno, corren detrás de gurúes, doctrinas, autores, lo que esté de moda.

Unos y otros son llevados de la  nariz por lo que la sociedad les inculca y les  exige.

La crisis llega cuando están en camino a lograr o han logrado el respectivo triunfo y no sienten ni la paz ni la realización ni la felicidad que se suponía iba a suceder.

Entonces, en lugar de parar y preguntarse qué pasa, redoblan la apuesta y llenan las horas de más actividades, en busca de tapar la frustración y el sufrimiento.

Otros, más rebeldes, optan  por ponerse en contra de los mandatos.

Basta que surja una mínima sospecha de obligación o imposición, para que se opongan.

Algunos, lo hacen desde  una elaborada teoría de supuesta independencia.

Otros, patalean como chicos caprichosos.

Ninguno se da cuenta de que esa es la repetición de una actitud que asumieron con sus padres y que no han conseguido liberarse todavía de ella, así que es tan improcedente como la de seguir los mandatos.

Es la maldición de la dualidad:

Pararse en cualquiera de los extremos es la misma prisión, con distinto signo nada más.

Tomar a los demás, sean los próximos (padres, parejas, jefes, etc.) o los generales (sociedad, religión, grupo etario, empresa, etc.) como la base desde la cual definirse por admisión u oposición no conduce a nada.

En principio, la única norma posible somos nosotros mismos.

Como nadie nos enseñó que somos el centro de nuestro propio mundo, buscamos girar en torno de otros.

Andamos  a la pesca de Soles, sin darnos cuenta de que este sistema ya tiene uno: nosotros.

Y que viene con ciertos dones y potenciales que lo hacen único.

Y que atrae de acuerdo a ellos.

Por lo tanto, hacer que cualquier otro mueva los hilos  solo trae problemas y drama.

Lo fascinante  de que cada uno es el centro y los demás giren en torno a él es que es  un proceso lleno de economía, correspondencia, exactitud, intercambio, creatividad.

Mientras uno aprende algo al atraer a determinadas personas a su mundo, a su vez ellas también despliegan sus aprendizajes siendo los satélites del suyo y el centro de ellas.

Es el fin de la dualidad:

Todos Somos Uno.

Estamos solos y al mismo tiempo interconectados.

Estamos decidiendo por nosotros mismos y a la vez influyendo en otros.

Somos el centro y somos la periferia.

Es una danza maravillosa.

Lo único que pide es que estemos centrados en cuerpo, mente y espíritu.

Individuales y universales.

Gota y océano.

Chispa y fuego.  Divinamente humanos.

Fuente:Laura Foletto.

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