
La influencia de la Luna
Aunque sea 500.000 veces menos brillante que el Sol -o quizá por eso- la Luna es capaz de cautivar nuestras miradas y dar un ritmo armónico a la vida de la Tierra.
Observándola con algo de imaginación, pueden verse en ella diversas figuras gracias a las sombras de los «mares» y los claros de las regiones elevadas.
Las más populares son la:
Virgen con el Niño, el escarabajo, el cangrejo, la dama que lee, el conejo, etc.;
Si bien todo eso ya empieza a ser una anécdota de los libros antiguos o de las noches claras sin luz eléctrica ni televisión.
Quienes disponen de un telescopio saben que la Luna se observa mejor en cuarto que llena, pues entonces la luz rasante del Sol crea largas sombras y realza el relieve de su superficie;
Pero, sin telescopio, puede ser también grato contemplar la fina hoz de la Luna creciente, perfilándose sobre el resto de la esfera, que permanece obscura, pero perceptible, debido a la luz que le envía nuestro planeta
Un bello fenómeno de los atardeceres que los ingleses llaman:
«La Luna vieja en brazos de la nueva»
Tras esta breve mención de algunos aspectos visibles de la Luna, pasamos a exponer una serie de fenómenos terrestres, donde se revela su influencia oculta y cambiante.
Los griegos consideraban la epilepsia como una enfermedad sagrada producida por la diosa Selene (Luna).
Más adelante, en la Edad Media, se creyó que todos los trastornos psíquicos guardaban relación con las fases lunares, e incluso en el derecho inglés de hace 200 años se diferenciaba entre locos (entendidos como psicóticos crónicos e incurables) y lunáticos, los cuales eran tratados con más indulgencia en los juicios, dada su supuesta dependencia de la Luna.
Esta influencia de la Luna en lo psíquico se va aceptando cada vez más a medida que se descubren los efectos de los iones positivos y negativos.
Con la Luna llena, la atmósfera se ioniza positivamente, y con la nueva la carga se torna negativa.
Los iones positivos provocan en el ser humano estados de excitación o depresión. Ésa puede ser una de las razones de los ataques depresivos o violencias de diverso tipo que se registran en la Luna llena.
Además de intuir esa influencia en los aspectos psíquicos, las diversas civilizaciones, por lo general, le han atribuido a la Luna un poder benefactor, haciéndola responsable de la fertilidad y de la lluvia, así como de la movilidad de todos los líquidos y humores -agua, sangre, savia-
Algunas de estas creencias han sido confirmadas en la actualidad (como la de las mareas), pero la gran mayoría han sido descartadas o simplemente olvidadas, acaso porque sobrepasan el campo de estudios de la ciencia moderna y su capacidad para comprenderlas.
Cuando algún investigador descubre una insólita relación «cósmica», el resto de la comunidad científica, al no poder explicar o asimilar el nuevo hallazgo, tiende a olvidarlo y volver a sus tareas habituales.
El tema de las pérdidas de sangre ilustra lo que decimos.
En la pasada década, el cirujano Edson Andrews estudió un millar de pacientes con problemas de hemorragias que hubieron de volver al quirófano tras una operación.
Con asombro observó que el 82 % habían sido intervenidos en los días inmediatos anteriores o posteriores al plenilunio (Luna llena), coincidiendo la cifra más alta con los operados en dicho día.
El Dr. Andrews concluía su informe diciendo: «Estos datos son tan convincentes para mí, que corro peligro de convertirme en un médico hechicero y operar sólo en las noches obscuras, dejando las de Luna para el romance».
Su descubrimiento podría explicar por qué en la Edad Media se realizaban las sangrías siempre en cuarto menguante y nunca con Luna creciente o llena, lo cual se consideraba muy arriesgado para el enfermo.
Hidrosfera, litosfera y atmósfera
La gravedad de la Luna, secundada por la del Sol, es la responsable de las «mareas», que alcanzan su máxima amplitud en las costas de los grandes océanos.
Esto ya es conocido por muchas personas, pero lo que suele ignorarse es que también han llegado a medirse mareas en una taza de té, y que la atracción de la Luna consigue elevar los continentes unos 26 cm., dos veces al día.
La «marea en la taza de té» fue observada por el laboratorio Hughes de la Fuerza Aérea en California, con un medidor de desniveles hipersensible.
La inclinación de un continente es más compleja de determinar, pues al alzarse todo él en conjunto se carece de puntos de referencia que permanezcan fijos. Dicho movimiento ha podido calcularse enviando rayos láser a satélites espaciales y analizando su posterior regreso a la Tierra.
Así, pues, conforme la Luna se desplaza en el cielo -debido sobre todo al giro de nuestro planeta-, una ola de unos 70 cm. la va siguiendo por la mar, y otro tanto ocurre, aunque en menor medida, con la tierra firme y las concentraciones líquidas más pequeñas.
Recordemos que cada día se producen dos mareas altas y dos bajas, y que su amplitud es un 20 % mayor cuando el Sol y la Luna están alineados (Luna llena o nueva), y un 20 % menor cuando forman ángulos rectos con la Tierra como vértice (cuartos lunares). Las primeras se llaman mareas vivas, y las segundas, mareas muertas.
Cada 18’61 años la Luna completa un ciclo orbital en relación con el Sol y la Tierra, y los centros de los tres astros registran una alineación perfecta. Ese día se producen mareas realmente excepcionales.
El ciclo lunar de 18’61 años -del que los celtas dejaron constancia en Stonehenge- parece influir también en los terremotos y los períodos de sequía.
En 1983, Kilston y Knopoff analizaron todos los sismos de California, entre 1933 y 1980, y observaron que eran más frecuentes con la luna nueva y llena, alcanzando su mayor intensidad cada 18 o 19 años.
Tras estudiar 100.000 terremotos, con la técnica de Fourier, se sabe ahora que siguen un período de 13’65 días, justo la diferencia que hay entre dos mareas vivas. Por otra parte, los períodos de sequía en Middlewest (Estados Unidos) entre 1600 y 1962, coinciden con el ciclo lunar de 18’6 años.
La influencia de la luna en las precipitaciones es otra antigua creencia que empieza a confirmarse.
En 1962, la revista Science publicó los trabajos de dos equipos de científicos que habían trabajado por separado sobre el tema y habían llegado a las mismas conclusiones.
Un equipo recogió los datos de 544 estaciones meteorológicas de Estados Unidos durante cincuenta años (1900 a 1949) y pudo constatar «una fuerte tendencia a precipitaciones extremas hacia la mitad de la primera y tercera semanas del mes sinódico», o sea, unos días después de la luna llena y la nueva.
Idéntico resultado obtuvieron en el hemisferio sur unos meteorólogos australianos con las observaciones de cincuenta estaciones en el período 1901-1925.
Para que la lluvia se condense, hacen falta partículas de polvo en la atmósfera, que sirvan de núcleo a las gotas de agua en formación.
La tierra recibe a diario unas 1000 toneladas de polvo meteórico y es precisamente durante la Luna llena y la nueva (momento en que nuestro planeta tiene más alterado su campo magnético y es más vulnerable a las influencias cósmicas) cuando esas cifras alcanzan sus valores más altos.
El descenso posterior de ese polvo a la capa inferior de la atmósfera podría explicar muy bien las precipitaciones máximas de los días siguientes.
La Luna y la biosfera
La Luna influye en los seres vivos de diversas formas.
Las más estudiadas son las reacciones de algunos animales, especialmente los marinos, a sus ciclos luminosos.
Se sabe que los gusanos palo (Eunice viridis), que habitan en los arrecifes de coral, salen de sus escondrijos únicamente en la luna llena de finales de octubre o primeros de noviembre.
En el intervalo de una hora, que coincide con el amanecer, todos los gusanos se desprenden de los extremos finales de sus cuerpos, que se hallan repletos de huevos o de esperma, según su sexo.
Las aguas de los arrecifes de Samoa y Fiji se tiñen entonces de rojo, debido a la enorme masa de huevos que serán fecundados por el esperma flotante.
Para los pescadores de Samoa, significa un gran acontecimiento, ya que pueden proveerse masivamente de un manjar exquisito para ellos (algo así como un ‘»caviar» del Pacífico).
Un fenómeno similar ocurre con los clunios, de la isla de Helgoland (Alemania).
En su fase larvaria, estos mosquitos viven bajo el agua; pero, cuando sobrevienen las mareas excepcionalmente bajas de la luna llena o nueva, los machos se desprenden de su envoltura y buscan apresuradamente a las hembras, que todavía permanecen dentro de ella.
En la hora escasa que les queda de vida, el macho desenvuelve a la hembra y ambos vuelan juntos hacia las rocas con algas que la marea ha dejado al descubierto, ¡más cercanas esa noche!
Allí efectúan la puesta, que la inminente gran marea alta se encargará de recubrir. En este caso, el clunio dispone de un mecanismo interior que le permite percibir las dos mayores mareas bajas del mes lunar.
El Leuresthes tenuis, un pez parecido por su forma a la sardina, es el único que desova en tierra firme y también recurre a las mareas vivas para ello. De marzo a agosto, con la luna llena, las hembras entierran su cola en el límite de las aguas y depositan sus huevos bajo la arena.
Los machos se enroscan alrededor de ellas, para que el esperma descienda por el cuerpo de las hembras y fecunde los huevos. Con la siguiente marea viva de la Luna nueva, las olas volverán a tapar la franja litoral y las crías que acaban de nacer podrán regresar al océano.
Sin embargo, más que la influencia de la Luna, estos ejemplos muestran cómo algunos animales aprovechan la luz del astro o sus efectos físicos como señal o medio para realizar unas funciones dificultosas de otro modo.
Muy diferentes son, en este sentido, las investigaciones de Frank Brown, un investigador de Illinois que lleva más de veinticinco años dedicado a estudiar los ritmos naturales y su influencia en los seres vivos.
Brown trasladó ostras a Evaston -un suburbio de Chicago, 1.500 km. tierra adentro- y comprobó que seguían abriéndose para alimentarse en las horas en que subía la marea en su tierra natal y cerrándose cuando bajaba;
Pero, 15 días después, las ostras y otros moluscos que compartían los tanques modificaron su ritmo diario y adoptaron otro distinto.
Su nuevo horario resultó ser el de las mareas que tendría Evaston de haberse hallado junto al mar.
Estudiando los ciclos de actividad de las algas, zanahorias, patatas, lombrices de tierra y salamandras, Brown observó que su consumo de oxígeno experimentaba altibajos muy acusados, aunque las mantuviese en la oscuridad y a temperatura constante -como las ostras-.
Brown probó entonces a tenerlas bajo una presión atmosférica estable, en una cámara de su invención; pero las plantas y los animales siguieron demostrando que de alguna manera «percibían» los cambios exteriores.
En el caso de las patatas, tras nueve años (un millón de horas) de observaciones ininterrumpidas sobre su metabolismo, Brown ha comprobado que dichos tubérculos «saben» si la Luna acaba de aparecer sobre el horizonte, si se halla en el cénit o si se pone, dado que su ritmo metabólico es claramente lunar.
Dicho experimento, por sí solo, invita a reconsiderar ese saber antiguo que relaciona las tareas agrícolas con ciertas fases lunares. Si las plantas son sensibles a los estímulos procedentes del cosmos, ¿no sería mejor que la agricultura obrase en armonía con ellos?
Los experimentos de Brown han suscitado grandes polémicas en el mundo científico, pues cuestionan la validez de todas esas observaciones bajo «condiciones constantes» (Brown siempre entrecomilla irónicamente esas palabras) que afirman mantener los investigadores dentro de sus laboratorios.
La vida es, en gran parte, una sucesión de ritmos y éstos vienen determinados, ante todo, por los astros. Es muy posible que, de alguna forma más o menos sutil, toda la biosfera reaccione ante la gravedad lunar y las alteraciones geomagnéticas o iónicas que ocasionan las fases de dicho astro.
(PorJosan)
Revista «Integral» – España.
Pd. Esta investigación la he llevado a cabo en el día de hoy, a raíz de una respuesta de :
Hira Ratan Manek,
El Mensajero del Sol…
Con el que tuve el gusto de compartir dos días aquí en la ciudad de Santa Fe, luego del evento que he organizado con excelentes resultados.
Filosofando con él, en un momento dado una de las asistentes le preguntó que si podíamos mirar a la luna de la misma manera que al sol…
Hira con un gesto muy afirmativo respondió:
Bajo ningún punto de vista debíamos mirar a la luna, es totalmente negativo, contra-producente para nosotros los seres humanos, para nuestros cuerpos físicos, mental y emocional.
Esto me hace reflexionar y preguntarme:
Las ceremonias que hacemos cada luna llena, nos hace daño, es equivocado lo que estamos haciendo?
Lo meditamos y sacamos nuestras propias concluciones, creo que es de sumo cuidado nuestra salud .
De corazón a corazones
Oneli@ Lucí@*
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