El problema del rico de la parábola no es lo que hace sino lo que deja de hacer.
El rico no era una mala persona.
No se dice que era un corrupto ni que había adquirido su fortuna de una manera incorrecta.
Tampoco se dice que fuese una persona injusta.
Podemos suponer que ganó su riqueza de una manera honrada y hasta, quizá, sacrificadamente.
No se dice que él fuera el causante de la miseria del pobre Lázaro.
Se presenta como una persona creyente ya que sabe reconocer a Abraham y lo reconoce como su padre.
Como todo buen israelita, seguramente, agradecía la riqueza como un don de Dios.
¿Qué podemos reprocharle al rico?
No lo que hace sino lo que deja de hacer.
Su falta es una falta de omisión en su relación con el pobre.
Al pobre Lázaro ni siquiera fue capaz de darle las migajas que caían de su mesa.
La preocupación por sus bienes materiales, el mundo en el que estaba instalado gracias a sus riquezas hace que ni siquiera vea a Lázaro, no es capaz de darse cuenta que alguien se está muriendo de hambre muy cerca suyo.
El pecado del rico no era ser rico sino no mirar un poco a su alrededor, tener adormecido el corazón frente al hermano necesitado.
El rico podía decir que en ningún momento Lázaro le pidió comida.
Acaso,
¿Tenía obligación de darse cuenta de la necesidad del pobre?
Alguien que tiene el corazón abierto a los demás no necesita que le digan que alguien necesita ayuda,
¡Se da cuenta sin que se lo digan!
¿Una madre necesita que el hijo le diga que está mal para darse cuenta?
¿Acaso un docente de vocación necesita que el alumno se lo diga para darse cuenta de que le está pasando algo?
El problema del rico es que está encerrado en sus intereses y, por eso, no se da cuenta de la necesidad del hermano.
Está en su mundo y no ve lo que pasa a su alrededor.
El rico está tan encerrado en sus cosas que incluso después de su muerte, cuando se da cuenta que ha errado de camino, se preocupa por su círculo, por sus cinco hermanos.
No se preocupa por los pobres que necesitaban de la ayuda de sus hermanos.
La respuesta de Abraham muestra hasta qué punto están encerrados en su mundo de riquezas: si no fueron, y no son, capaces de reconocer la necesidad de los pobres, si no son capaces de escuchar la Palabra de Dios, por más que resucite un muerto tampoco abrirán sus corazones.
Si la omisión de este rico es grave, siendo que es la omisión frente a un solo pobre, ¡cuánto más lo serán las omisiones de nuestro tiempo en el que, según un informe del Banco Mundial, más de la mitad de la humanidad vive con menos de dos dólares por día!
En nuestro país hay alrededor de veinticinco mil comedores comunitarios.
De ellos cuatro mil corresponden a Caritas.
Frente a esta situación, en muchos aspectos escandalosa, la parábola del rico y del pobre Lázaro podemos decir que es un cuentito infantil.
Las omisiones frente a esta realidad son mucho más graves, sobre todo de parte de quienes tienen a su cargo las decisiones económicas, pero también de toda persona que tenga más posibilidades que otra.
Como cristianos y como hombres de buena voluntad no podemos quedarnos con la sola preocupación por no pecar, por no hacer el mal.
Es necesario pensar en todo el bien que se puede hacer.
El rico podía decir que era responsabilidad de las autoridades ocuparse del pobre y seguramente su defensa hubiese sido justa, pero su actitud no fue la del amor… y somos hijos de un Dios que es amor y que quiere hacer presente su amor a través del compromiso de sus hijos.
Dios frente a Lázaro no miraba para otro lado, sabía bien lo que le pasaba.
Los hijos de Dios frente al pobre no podemos mirar para otro lado.
El P. Hurtado decía: “está muy bien no hacer el mal, pero está muy mal no hacer el bien”.
Este rico seguramente no hizo el mal, pero el problema está en que con eso no alcanza,, es necesario hacer el bien.
El Cura Brochero decía:
“Si en mi pecho no tengo amor, ni a cristiano llego.”
Algo que llama la atención en la parábola es que sabemos que el pobre se llamaba Lázaro, pero no sabemos el nombre del rico.
Esto no es para salvaguardar la identidad de este condenado, ya que estamos frente a una parábola con personajes ficticios.
¿Por qué uno tiene nombre y el otro no?
Podemos pensar en dos motivos.
Primero, porque para Dios tiene una gran importancia su hijo pobre.
La mirada de Dios es muy distinta de la de los hombres.
Los hombres seguramente conocían el nombre del rico y no el del pobre.
El pobre no pasaba de ser conocido como el que se moría de hambre, pero conocían al rico con nombre, apellido y otros detalles.
Para los hombres vale la pena conocer al rico porque, por lo menos, no molesta.
La presencia del pobre resulta molesta, por lo menos para la conciencia.
Para Dios el pobre se llama Lázaro, porque conoce bien a quienes el mundo no reconoce.
Para Dios el rico es simplemente el que hacía grandes banquetes y no se ocupaba de Lázaro.
Parecería que a Dios esta situación le molesta y ni quiere saber el nombre de esta persona, como a los que les molestan los pobres tampoco les interesa conocer su nombre.
Para Dios los importantes no son necesariamente importantes según el mundo, no son los políticos, deportistas, artistas y hasta autoridades religiosas conocidas por su nombre.
Para Dios son importantes quienes no tienen nombre para el mundo, quienes se pierden como uno más de la cantidad innumerable de pobres, quienes sin nombre engrosan las estadísticas de la miseria.
Quienes para el mundo son un número más, para Dios tienen nombre propio y están llamados a la vida.
El segundo motivo es que el nombre de Lázaro está escrito en el libro de la vida mientras el del rico no.
Lázaro alcanza la vida eterna que el rico no puede alcanzar.
Lázaro entendió la recomendación de Jesús: “alégrense cuando el nombre de ustedes esté escrito en el libro de la Vida”.
Para eso es necesario reconocer que nuestra vida verdadera la encontramos en Dios, abriendo el corazón a los hermanos, recordando que está muy bien no hacer el mal pero que también es necesario hacer el bien.
María como Madre siempre atenta a las necesidades de sus hijos nos ayude con su ejemplo para que seamos capaces de ver las necesidades de nuestros hermanos y ayudarlos de acuerdo a nuestras posibilidades.
Nuestra Señora de Guadalupe, ruega por nosotros.
Basílica de Guadalupe Santa Fe (página oficial)
HOMILÍA P. OLIDIO PANIGO
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