UN POQUITO DE TERNURA, POR FAVOR…
La vida moderna, con sus prisas y su concentración en producir bienes materiales, nos ha alejado del sentir del corazón.
Un corazón abierto siempre es tierno, no importa el Rayo a que se pertenezca o las diferentes cualidades sicológicas que pueda tener una persona porque, cuando se abre el corazón, la ternura se cuela en una mirada, en un gesto, en un silencio.
El corazón humano es básicamente bueno, como dice el Maestro K.H.
Cuando la ternura se aparta aparece la aspereza.
Somos ásperos en nuestras relaciones, en la forma de tratarnos unos a otros.
Parece que cambiamos la piel por una lija y nos herimos cada vez que nos tocamos.
Y entonces sufrimos, porque maltratamos a aquellos que queremos…
Soy de las que piensa que no hay paz en el mundo porque no hay paz en los hogares.
Y es allí en donde puede florecer la ternura.
Una vez florecida en los hogares, se puede expandir por el mundo. Antes no.
El discípulo espiritual tiene, en el núcleo familiar, una de las áreas de mayor oportunidad para desarrollar, en la vida de la formas, las cualidades del alma.
Y es allí en donde se han estrellado grandes discípulos.
Cuando el amor proviene del mundo de deseos, se demuestra como afecto.
Y el afecto nos afecta imponiéndonos obliga-ciones donde no existen y haciéndonos esperar siempre algo a cambio.
El Maestro D.K. lo define como el espejismo del sentimiento que hunde a aquellos que lo padecen.
Cuando el amor proviene del alma no impone condiciones, es una corriente de vida que enriquece todo lo que toca, no aprisiona y en su núcleo es pura ternura.
Miremos más de cerca nuestras relaciones cotidianas si queremos conocernos a nosotros mismos.
Y si encontramos asperezas, trabajemos arduamente para cambiarlas.
Cada relación áspera está señalando un área interna a trabajar.
La transformación mundial depende de la transformación de cada uno de nosotros.
Uno de los trabajos discipulares más importantes que podemos hacer está en dejar que la energía del corazón fluya a torrentes convertida en ternura, de tu familia a la del vecino, a la comunidad, a la nación, al planeta y nunca añadir al mundo más asperezas de las que contiene.
¿Me podrías dar un poquito de ternura, por favor?
Si nos observáramos, si nos miráramos, podríamos leer esa petición en la mirada de nuestros hijos, esposos, esposas, madres, padres, seres queridos…
Se trata de comunicarnos desde lo que somos, desde la fuente misma de vida y conciencia y desde ahí, establecer las relaciones.
Cuando nos relacionamos desde lo que somos, la vida adquiere un mayor grado de verdad y esto le da un sentido más profundo a la vida.
Uno de los males de nuestros días es ese sinsentido cotidiano que nos agobia.
Porque por más que el humano quiera encontrar en el tener su sentido de vivir, no lo logrará, simplemente porque ahí no está.
Por más que compremos y tengamos cosas y cosas, el sentido de la vida está en el amor.
Y el amor es dar y darse en bien de los demás.
Cuando el amor, el verdadero amor aflora, aparece la ternura.
Y la ternura llena la vida de alegría, de esperanza, de comodidad y esto auspicia el compartir porque nos da un profundo sentido de solidaridad.
Si puedo compartir la mesa, el dolor, los problemas, la vida, me siento contenido y esa contención es el regalo más grande que recibo de mis seres queridos.
Esa contención hace que la vida se llene de sentido, y esto nos permite afrontar los retos con entereza, solucionar los solucionables y crecer sobre aquellos que no podemos cambiar.
Aprendamos del Maestro Jesús a perdonar sin juzgar.
El perdón aflora natural cuando nos damos el permiso, unos a otros, de equivocarnos.
Cuando reconozco que mi hermano, mi hermana hace lo mejor que le sale y si le sale mal es probable que sufra…
¿Cómo castigarlo con mi juicio, mi resentimiento, mi odio?
Si no aprendemos a vivir perdonándonos unos a otros,
¿Cómo pretender que los pueblos se perdonen, que las naciones se perdonen y curen sus heridas?
La varita mágica que transformará este mundo está en el corazón,
En ese núcleo de luz que todos tenemos dentro, en donde habita la Llama del Espíritu, ese pedacito de Dios que todos compartimos.
Y su lenguaje se llama:
“Ternura”.
Permite que aflore y colore tus actividades diarias.
No tienes que esforzarte, porque sale natural cuando das de aquello que tienes adentro, cuando te das a ti mismo en bien de los demás.
¿Qué otra cosa puedes dar?
Una sonrisa a tiempo, una mirada de amor,
Un:
“Aquí estoy”
Una comprensión (acompañada de una respiración profunda) ante los errores cometidos por aquellos que la vida te puso como compañeros de jornada y la vida se enriquece, porque le permites que exprese plenamente su esencia que es el amor y su lenguaje, la ternura.
La nueva civilización tendrá una cultura, la cultura del alma, que es la cultura del amor.
Su dirección es la unidad, la cooperación, la solidaridad, la hermandad.
Ése es nuestro destino, o no tendremos destino, porque el propósito de este mundo es expresar la divinidad en la dimensión material.
Y nuestro Dios es un Dios de Amor.
¿Podrías darle a la vida un poquito de ternura?
El Dios del Universo te lo agradecerá porque cuando eres tierno, es Dios, que a través de ti, nos expresa Su Amor.
Un abrazo, desde las profundidades del alma,
Carmen Santiago
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