Espiritualidad del siglo XXI – Entrevista al Padre Eduardo Casas – Qué es la Espiritualidad

Miradas…

“Hay gente que tiene fe, aunque no practica ninguna religión”

Entrevista al P. Eduardo Casas – parte I

Autor: Emilio Rodriguez Ascurra

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Eduardo es el conductor del programa “Espiritualidad para el siglo XXI”, que emite semanalmente Radio María Argentina.

En esta rica entrevista, nos comparte su visión sobre la espiritualidad cristiana de hoy.

-¿Qué lo llevó a pensar en un proyecto de espiritualidad para los hombres y mujeres de hoy?

-La espiritualidad es una clave desde la cual se puede leer y vivir todo lo que uno es, hace y se vincula.

Desde el inicio de mi ministerio sacerdotal, procuré hacer un puente entre la espiritualidad, la teología y la vida.

Así, se fue generando un proyecto convergente de espiritualidad, una clave de integración.

Comencé por mis clases de teología.

La inspiración estética de algunos autores clásicos y contemporáneos me ayudó a descubrir que, en la belleza, existía un nexo para hacer converger algunas fragmentaciones presentes en la cultura y en la experiencia de fe.

Luego continué por los escritos, algunos publicados y otros inéditos, en distintas colaboraciones y páginas webs.

La docencia, la escritura y la publicación contribuyeron con la comunicación de esta perspectiva.

El lenguaje que actualmente voy asumiendo es el de la divulgación, más vital y experiencial, más pastoral, superador del puro tecnicismo y del planteo meramente formal o teórico.

Después se presentó la ocasión de una comunicación masiva y popular.

Emprendí la experiencia estético-espiritual desde la comunicación radial.

Fui el productor y el conductor, durante cuatro ciclos consecutivos, de “Espiritualidad para el siglo XXI”, en Radio María Argentina.

Por último, implementamos –junto a un equipo– talleres abiertos de espiritualidad, buscando la síntesis entre la experiencia humana, la fe y la realidad.

Espiritualidad y vida humana no siempre ha sido un binomio cercano.

Históricamente, podemos comprobarlo en la experiencia de la Iglesia.

El discernimiento de “los signos de los tiempos”, la voz epocal de Dios en el mundo, nos hace ver que –en la realidad cultural y social del presente,  necesitamos recrear la fe vivida desde la espiritualidad como profecía (contemplación y anuncio), praxis (compromiso y transformación) y vinculación (relaciones humanas y sobrenaturales).

-Algunos hablan de espiritualidad como algo muy relacionado con lo ritual.

¿Es esto un reduccionismo?.

¿Es posible una espiritualidad para el siglo XXI?

-Ciertamente es posible una espiritualidad para el siglo XXI, porque el cristianismo siempre es posible en cualquier contexto histórico.

No obstante, tenemos que salvarnos de caer en algunos reduccionismos.

Minimizar la espiritualidad a lo netamente cultural-ritual, a lo ético-moral o al perfeccionismo interior resulta unilateral.

La espiritualidad involucra todos estos aspectos, pero, a la vez, también tiene en cuenta todos los otros que integran la realidad humana en sus múltiples dimensiones, no solamente aquellas referidas a Dios o vinculadas al crecimiento espiritual.

Algunos piensan que la espiritualidad es para los momentos “religiosos”.

La vida espiritual, para muchos,  consiste en un intimismo evasivo, que aliena y saca a las personas del mundo de lo real.

Es ficticia y abstracta.

Es casi como una adicción “alucinógena”, genera fantasías que no existen.

Lo concreto y lo real es la vida.

Lo que no se puede ver, comprobar o evidenciar entra en el peligroso campo de las imaginaciones personales o colectivas.

En verdad, la vida espiritual es como un “anclaje” en toda la realidad de la vida humana.

Es la experiencia de la vida humana desde su nivel más profundo.

A menudo, se incurre en un “espiritualismo” que no tiene nada que ver con la espiritualidad.

El “espiritualis­mo” intenta, de forma desvirtuada, centrarse absolutamente en Dios, renegando de todas las realidades humanas.

Existe una separación absoluta entre lo sagrado y lo profano; divorcio total de las cosas de Dios y las cosas de los hombres.

Se maneja una falsa imagen de Dios, una caricatura.

El Dios del “espiritualismo” es tan puro y trascendente, que resulta casi inaccesible y lejano, estático y etéreo, abstracto y poco providente con las necesidades humanas, desentendido y despreocupado de lo que pasa en el mundo, demasiado concentrado y ocupado en cosas más importantes que las insignificancias que suceden “aquí abajo”, un Dios indiferente, sin demasiada incidencia en la realidad concreta.

La auténtica “espiritualidad” se armoniza con el crecimiento humano, fomenta la coherencia y la unidad de vida:

Desde la realidad de Dios, se va hacia la realidad del hombre pasando por la realidad del mundo.

Estas tres “realidades” –Dios, el hombre y el mundo– son los “ejes” de toda espiritualidad.

La verdadera fe no sólo confiesa al Dios Encarnado, sino que también saca las consecuencias para la vida y para todo lo humano.

El cristianismo es un verdadero humanismo.

El Apóstol san Pablo afirma:

Todo cuanto hay de verdadero, noble, justo, puro, amable, honorable; todo cuanto sea virtud o digno de elogio; todo eso ténganlo en cuenta (Flp 4, 8).

Es preciso reconocer el potencial dignificante y salvador de todo lo genuinamente humano. Hay cristianos que pareciera que no se han enterado de que Dios se ha hecho hombre. Siguen viviendo como si Dios no se hubiera hecho humano, como si no hubiera venido a la historia.

Además, también es meritorio diferenciar entre fe, espiritualidad y religión.

Generalmente utilizamos todas estas palabras como sinónimos; sin embargo, contienen sus diferencias.

La fe es un don de confianza en otro; la espiritualidad es la relación personal con Jesús en quien (por la fe) creemos, y la religión constituye los aspectos institucionales y convencionales de una determinada fe (los rituales, las creencias, los mandatos, los valores, etc.).

Por eso, hay gente que tiene fe, aunque no “practica” ninguna religión.

Asimismo, algunos tienen fe, pero no espiritualidad, conexión real y viva con Jesús, y viceversa.

Otros viven una espiritualidad sin creer en lo que creemos los cristianos y sin vincularse a una religión.

Ciertamente, es necesario distinguir entre fe, espiritualidad y religión.

También en esto, no todo es lo mismo.

-¿Cómo hablarle de Dios a una sociedad que, en algunos casos, ha hecho de la religión una práctica que se relega al campo de lo privado?

-Debemos volver a inspirarnos en el lenguaje de Jesús que, con su mensaje y sus prácticas, se situó “más allá” del paradigma convencional del contexto socio-religioso de su época.

No utilizó el lenguaje “casuístico y moralizante” de la ley judía.

No empleó las reflexiones y las abstracciones de la tradición sapiencial.

No tuvo un discurso “doctrinal”, ni la grandilocuencia de los oradores clásicos.

Su lenguaje fue “vital”, más cerca de lo simbólico, narrativo y poético que de lo racional, argumentativo, apodíctico y normativo.

Sus comparaciones eran tomadas de metáforas de la vida cotidiana, de los oficios y actividades de su tiempo.

Su discurso no cerraba nada.

Sus sutilezas, sugerencias e insinuaciones hacían que el lenguaje quedara, como se observa en las parábolas, abierto a la posibilidad de captación y profundización de cada oyente.

El lenguaje de Jesús manifiesta una alusión constante a la realidad de su entorno.

Su comunicación era provocativa y absolutamente “inculturada”.

No fue un comunicador “complaciente”.

No dijo lo que querían escuchar, lo que se espera “políticamente correcto”.

No se dejó sobornar, ni influenciar.

Habló a las multitudes e interpeló personalmente.

No sólo hablaba con su palabra, también su silencio era elocuente y revelador.

Sus gestos humanos y hasta sus propios milagros formaban parte de su prédica.

Él era su propio “anuncio”.

Su estilo fue dinámico, dialogal, abierto, integrador e inclusivo; cercano a sus contemporáneos.

La verdad puede y debe ser comunicada de muchas maneras y distintas posibilidades de narrativas:

El anuncio, la denuncia, la proposición, la fundamentación, la reflexión, la argumentación, el testimonio y la contemplación, entre otros, para transmitir, desde un lenguaje renovado, la sapiencialidad de la fe en su capacidad de dialogar con la cultura emergente. Muchas veces, a la Iglesia se la ha criticado en su lenguaje abstracto, normativo, axiológico, magisterial, catedrático, moralizante y encriptado, como si se dirigiera sólo a iniciados.

Los lenguajes simbólicos y no simbólicos de la fe, la liturgia, la homilética, la catequesis, la espiritualidad, la teología, la pastoral y comunicación eclesial, en general, tienen que aspirar a nuevos “formatos” para el diálogo con una cultura sincrética y plural en lo religioso.

Eduardo Casas es sacerdote diocesano de la Arquidiócesis de Córdoba.

Profesor de teología dogmática del Seminario Mayor de Córdoba y de otros centros de formación; profesor asesor de las tesis de Ciencias Religiosas de la Universidad Católica; asesor de la Junta Arquidiocesana de Educación Católica; asesor de la Comisión Fe y Cultura de la Conferencia Episcopal; conductor y productor del programa radial “Espiritualidad para el siglo XXI”, en Radio María Argentina. Textos publicados sobre teología, espiritualidad y educación en

www.eduardocasas.blogspot.com;

facebook.com/eduardocasas2305;

Twitter: @CasasEduardo.

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