El Mensaje de Pedro Romaniuk – “Nostradamus Argentino”.

Mensaje de Pedro

Su nombre figuraba en las cadenas de oración de los seguidores de la new age desde noviembre, cuando su familia lo internó por una caída que le causó una fractura de cadera.

A sus sufridos riñones, que lo habían llevado a dializarse tres veces por semana, se sumaron complicaciones respiratorias.

El pasado 21 de febrero pasaba a “otro plano, donde todo será mejor”, según él mismo creía, don Pedro Romaniuk, uno de los primeros argentinos que se les animó a los platos voladores allá por los sesenta, cuando interesarse por lo paranormal era rayano con la herejía.

El paro cardiorrespiratorio detuvo una carrera dedicada a instalar la idea de que los extraterrestres no eran sino ángeles con escafandra, como percibía en sus lecturas de la Biblia, y a profetizar que seres venidos desde las Pléyades “trabajan incansablemente en los problemas que afectan a nuestra civilización.”

Fiel a su doctrina espiritual, don Pedro no le temía a la muerte.

“Es el regreso a la verdadera vida energética, eterna e inmortal”, como definió ante Pedro Callegari.

Su máximo anhelo era estar entre los 144 mil que integrarán el Nuevo Reino de los Cielos, al cabo de lo cual habrá en el mundo “mil años de paz, luz y amor bajo el reino del nuevo Mesías”.

No bien comenzó el siglo XXI, cuando aparecieron decenas de “auténticos herederos” del profeta Benjamín Solari Parravicini (1898-1974), se volvió a escuchar su voz.

Romaniuk era uno de los pocos discípulos legítimos del “Nostradamus argentino”.

Él aseguraba que Parravicini le murmuraba desde ultratumba mensajes del porvenir.

Cada tanto, don Pedro reaparecía en programas ávidos de afirmaciones alocadas.

Nunca defraudaba.

Como tantas otras veces, a fines de 2004 anunció desde su púlpito secular, la sede de la Fundación Instituto Cosmobiofísico de Investigaciones, en Virrey del Pino, partido de La Matanza, que el mundo llegaba a su fin.

“A las 5 horas del día 5 del mes 5 del 2005 –predijo– se va a producir un arrebatamiento de humanos.”

Ese día, reafirmó, “las naves pasarán a recoger a los elegidos”.

Sobrevivimos, pero él y sus fieles emergían casi indemnes: sus fracasos proféticos no parecían afectar su credibilidad.

Tal vez esto fue así porque su trayectoria era respetada.

Sus choques con la Iglesia también lo convirtieron en mártir viviente de la espiritualidad local.

Cuando en 1991 publicó Aldys, el niño de la estrella Alcion, el Arzobispado retiró el título de las librerías del culto católico por sugerencia del (también fallecido) José María Baamonde, psicólogo y presidente de la Fundación SPES (Servicio para el Esclarecimiento en Sectas).

Se hacía llamar profesor.

Tal vez por eso confundió a muchos: en verdad, encarnó el ala más religiosa del movimiento que rinde culto a los platos voladores.

Sin embargo, don Pedro se diferenció de otros por la desmesurada pasión con que se consagró a lo que llamaba “la ciencia extraterrestre”.

Su doctrina queda casi huérfana: no deja herederos.

Un profeta que habló desde los suburbios planetarios

Una vez escuché decir que si Romaniuk no hubiera existido, Chiche Gelblung se hubiera encargado de inventarlo.

No me parece el caso.

Si bien quienes conciben a la tele como show necesitan inventar o inflar personajes, otros reflejan el espíritu de su tiempo.

Don Pedro está entre los otros.

La atención que recibió por cuatro décadas es consecuencia de una prédica tenaz y sostenida.

Sus ideas se hunden en un imaginario sobre los ovnis, la religión new age y creencias sobre el futuro de la humanidad que comparten millares de argentinos:

Jesús es extraterrestre, ellos nos visitan desde la prehistoria, científicos y militares al servicio de las superpotencias ocultan la verdad.

Etcétera.

Romaniuk desplegaba su saber con palabras altisonantes, entre el lenguaje esdrújulo de las “ciencias extraterrestres” y oscuras profecías de la escatología bíblica.

Tal vez, esa actitud le restaba voluntades entre el público no iniciado.

El espíritu alarmista con que diseñó sus creencias , una religión milenarista que empieza con los ovnis pero se pierde en asuntos más ásperos, como el catastrofismo climático, tampoco seduce multitudes.

Pero si el éxito se mide en influencia social, él fue  con Fabio Zerpa  quien tuvo más arrastre.

Construyó su imagen con un discurso destinado a un selecto target, veinticuatro libros (muchos de ellos editados por su cuenta) y la pequeña ayuda de productores de televisión, quienes solían invitarlo a programas donde aparecía como portavoz autorizado de mundos distantes.

Los escépticos no lo extrañarán.

Fuente:Capilla del Monte – Uritorco

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